“…Y se convirtieron en sapos"

viernes, 31 de julio de 2009



Una leyenda romana que explica el por qué algunos individuos son denominados así. ¡Ay de aquéllos que niegan el agua a sus semejantes!

¿Cuál es la razón por la que en todos los planteles educativos, en las empresas privadas, en las dependencias del estado y en otras partes, algunos personajes son llamados Desde luego, no se trata del espécimen al que los bogotanos bautizaron como “lagarto”. El “lagarto”, es aquel personaje que se arrastra ante los poderosos para conseguir un privilegio. Casi siempre se trata de un hombre elegante, “sapos”?
con mucho mundo y dueño de una conversación encantadora. Se cuela en cocteles, almuerzos de trabajo, reuniones sociales, etc.… siempre con una sonrisilla cautivadora, que termina por hacer que los demás le concedan las prebendas que desea.
Tampoco hay que confundir al “sapo”, con el “lambón”. Como su calificativo lo indica, este individuo vive “lamiendo” hasta las huellas de sus superiores, arrodillándose en forma vil, bien para conseguir una mejor calificación –si se trata de un estudiante- u obtener un mísero aumento de sueldo, si se habla de un empleado.
El “sapo” también es distinto al “chivo”, vocablo que se usaba mucho antes en la Costa Atlántica, para referirse al sujeto ese que siempre anda poniéndole quejas a los profesores acerca del comportamiento de los demás alumnos. Se conoce también con este vocablo, a quien en la oficina pasan todo el día hablando mal de sus compañeros frente al jefe. Casi siempre se sale con la suya, pero a un costo impresionante. En la mayor parte de las ocasiones termina en el escarnio público y echado lejos por las personas a quienes dice que trató de “hacerles un favor”, denunciando a los demás, con o sin justa causa.
A los “lagartos”, se les dice así, por la costumbre de “arrastrarse” frente a los poderosos: al “lambón”… bueno, la fonética parece indicarlo. Es el elemento que “lame” –“lambe”, es el vocablo popular- que designa a alguien parecido al “lagarto”, pero sin la capacidad histriónica que éste posee.

En cuanto al “chivo”, se trata de un típico costeñismo, palabra que, según los diccionarios, todavía no es de correcto uso. Cuentan los campesinos de la región, que el chivo es el mejor guardián que se puede tener en una propiedad y que es, incluso, superior al perro. Afirman que el chivo, apenas siente la presencia de un extraño, comienza a balar de manera estruendosa, alertando no sólo a los dueños del inmueble, sino a los vecinos cercanos y lejanos. Partiendo de este contexto, el nombre está bien aplicado a los también conocidos como “soplones”

Pero…¿Qué hay de los sapos?

La leyenda romana, inmortalizada por el poeta Ovidio en la Metamorfosis, señala que la Diosa Latona fue expulsada del Olimpo por Júpiter, a causa de una disputa de la que se hablará en fecha próxima. La diosa, se vio obligada a partir, llevando consigo a sus pequeños hijos, Apolo –dios que encarna al sol- y Diana, la divinidad de la caza.
Los tres habían recorrido un largo trecho y estaban agobiados por la sed. De improviso, divisaron a unos campesinos parados al lado de un enorme estanque de agua clara. No lo dudaron, y corrieron para satisfacer su necesidad de líquido.
“Aquí no se puede. Esto pertenece a nuestros amos”, dijeron los guardianes. La diosa Latona, les rogó: “Si no quieren darme a mí, no importa. Sólo permitan que los niños beban”. Los agricultores, volvieron a negarse de manera rotunda.

La diosa, desesperada, los increpó: “¿Por qué me impedís beber? ¡El agua es un patrimonio de todos, como la luz y el aire, que la naturaleza no rehúsa dar nadie! Si no os compadecéis de mí ¡compadeceos al menos de los niños, que os tienden sus manos que tienden sus manos invocantes!

Como estas súplicas no ablandaron a los agricultores, la diosa intentó lanzar a sus hijos al estanque. Los celosos guardias, prestos a todo, comenzaron a revolver el lodo, a fin de enturbiar el agua y que no pudiese ser bebida.
“¿Ah? ¿De manera que les gusta mucho el agua? Bueno, se van a quedar viviendo para siempre entre ella y el fango . Ahí permanecerán por el resto de los siglos”, les dijo la diosa.

Y según el magistral relato del poeta Ovidio (43 A.C. – 17 D.C) aquellos labriegos vieron en un instante que disminuía su tamaño, que se les inflaba el vientre, que su piel se volvía fofa, que su voz se convirtió en un croar espantoso y que no soportaban la luz del sol. Por eso, debían meterse bajo el agua.

Y así nacieron los sapos…